Saturday 26 April 2008

Reflexiones pintadistas



Por Hughes

En la web del club venía ayer una noticia sobre la reforma estatutaria del Real Madrid. Alguien implicado en su elaboración resumía sus características principales. Introducía una serie de palabros interesantes: los palabros democracia, transparencia y modernidad. Palabros llenos de sentido, pero inusuales en un mundo como el deporte. Mi post "Búlgaros", mi fallido post de despedida, adquiría, de pronto, cierta oportunidad, porque suenan tan raras, tan impropias las constantes alusiones a lo democrátrico en nuestro Madrid...

Partía yo de situar ese rasgo en el tiempo. La ley deportiva del 80 y los posteriores reglamentos adaptaban las organizaciones futboleras al precepto constitucional del funcionamiento democrático. Antes, el fútbol español era puro y duro caudillismo. Bernabéu destaca sobre todos. Después, todo fue muy irregular. En el Madrid, Saporta elegía a Luis de Carlos, en nuestra particular transición no-del-todo-democrática. El resto de clubes muy pronto abandonaría esa "razón democrática" para adoptar formas mercantiles, pero el Madrid, como el Barcelona, se condenaban a formas organizativas anacrónicas, al menos en teoría.

Pienso que también esos clubes han sufrido una evolución. El Barcelona, que fue antes y desde el principio más democrático, más meticulosamente democrático, creo que ha sido el primer club que con l'elefant blau ha tenido oposición permanente. El Madrid, de otra forma, creo que también va a evolucionar, y si no, ahí está la sensacional moción de censura en los nuevos estatutos. Del uno se dijo que era más que un club, del otro un estado dentro de un estado. Hay algo extradeportivo, cuasipolítico en esos clubes que, quizás en consonancia, se gobiernan como híbridos.

Yo tengo la impresión de que la reforma estatutaria es inevitable, incoherente, insuficiente y equivocada. Inevitable porque ahonda y profundiza en los comportamientos democráticos, algo que, como sabemos todos, impone la constitución, la pujanza de los medios y el signo de los tiempos. Incoherente porque, en palabras de uno de sus responsables, trata de aumentar la democracia interna pero también la eficiencia del club; me pregunto: ¿es eso posible? ¿Se puede ser más eficiente y padecer ciclos electorales? Las elecciones generan también en el fútbol esos modelos de evolución del gasto propios de los ciclos políticos: grandes inversiones a medida que se acercan las votaciones. Aquí, probablemente, es el año siguiente el que supone un gran desembolso. Las elecciones acaban funcionando como un pláceme de la masa social para acometer inversiones millonarias -con las que se drena, a su vez, la economía del fútbol español, de forma que el circo electoral madridista tiene algo de impulsor del fútbol español en su conjunto-.



Digo también que es insuficiente porque se sigue quedando en las tres castas de siempre: socio, compromisario y directivo. Ahonda en la democratización pero no se atreve a ampliar el poder de decisión más allá de los socios. ¿Qué hacemos con el medio millón de aficionados censados? ¿Por qué no nos atrevemos a ampliar el ámbito de decisión de una vez por todas fuera de lo territorial? Insuficiente porque olvida también la universalidad del club y las posibilidades de decisión por internet, frente al poder opaco de los compromisarios, con ese algo castizo, localista, garrapiñado, concentradísimo, manipulable que dejan siempre. Nos democratizamos, sí, pero poco.

Por último, me atrevo a decir que es equivocada y lo digo porque creo que hace evolucionar al club mucho y decididamente por una senda inexplorada, salvo por el Barcelona, que me parece nos lleva hacia territorios absurdos. Antes que esta profundización democrática, mejor sería abocarnos a la SAD, al mercantilismo, o refugiarnos en lo que había antes, ¿Y qué es lo que había antes? Pues una forma de gobierno puramente aristocrático. Una sucesión, la de Bernabéu a De Carlos, decidida por Saporta, dentro de la propia junta. La misma que Florentino planeó con Martín o quizás después con Villar Mir. La transmisión del cetro madridista al margen de las urnas, por el contacto de las élites en la junta y la confianza en los valores personales. De hecho, creo que la cadena debería haber sido Bernabéu-De Carlos-Ussía-Florentino-Mir-Martín y que Mendoza la rompe y Calderón vuelve a hacerlo tras la restauración de Florentino I, el neoclásico. Mendoza y Calderón salen ambos de juntas modélicas, un poco traidores –Mancebo, el otro gran populista enemigo del aristocratismo fue, sin duda, el gran traidor del madridismo: el amotinado, Brutus Mancebus-. Los dos encantadores, jóvenes, dinámicos, con un aire renovador. No olvidemos que Calderón tuvo en su junta al hijo de Mendoza, mientras que Villar Mir, que contaba con las bendiciones del florentinismo -o mejor dicho: Villar Mir, que era el único que asumía su legado-, se presentaba con un familiar de don Luis de Carlos. Mendoza rompe la cadena e introduce la barbarie madridista, que culminará en los años exasperados de Sanz Mancebo, el Mancebismo, donde ya no hay aristocratismo sino puro nepotismo -Mancebo quiso establecer en el baloncesto la dinastía mancebil, no lo olvidemos-. De esa ruptura nos rescató Florentino, pero Calderón es otro hiato en la historia madridista. Su victoria supuso cierta rehabilitación personal de Mancebo mientras Florentino era abucheado y amenazado al ir a votar. La rebelión de los gañanes.

Mientras que Villar mantuvo siempre un cierto pudor en el discurso, Calderón se lanzó por los toboganes de la demagogia y de la retórica más bananera. No sólo él, recordábamos también a Palacios, el relojero de Camacho, que en un programa deportivo realizó el más directo ataque al aristocratismo al reprochar a Mir el ser "un superhombre". Él era, simplemente, "un tipo normal", uno más, de la misma forma que Calderón era un "hombre del pueblo" que quería recuperar el palco para los socios de a pie, arrancarlo de las garras de la élite. Así, su campaña incidió en esa demagogia populachera, en abrir el palco, en los abonos gratis o más baratos, en la sentimentalización del socio, en pasarle la mano por el lomo, en infantilizarlo y, finalmente, en la limpieza del voto por correo, y, palabras textuales, "el deseo de que el Madrid presente un comportamiento acorde con una democracia moderna (sic)".

Los honorables madridistas que se han prestado a esta reforma estatutaria quizás no lo sepan, pero legitiman un poco el estropicio electoral de Calderón. La introducción de la moción de censura parece caminar en la línea de todos sus discursos y de ese golpe electoral que fue la denuncia del voto por correo. La toma de poder disfrazada de democratización. Validan así el camino emprendido por Calderón, en beneficio propio y en contra del club, porque el voto por correo, su control, era un mecanismo utilísimo con el que el Madrid burlaba las exigencias democráticas de los nuevos tiempos; con el que se cerraba a sí mismo o se clausuraba un poco y, precariamente, mantenía su tradición, sus particularidades. La transmisión del poder de don Santiago, muerto, hacia Luis de Carlos, por vía de Saporta, es para mí la manera en la que debería funcionar el club. No era democrática, ni falta que hacía. El testigo de un cansado Florentino pasando a manos de Martín o, después, de Villar Mir. Aunque parezca lo contrario, esta manera de gobierno, un gobierno de los pocos, de los mejores, de los más capaces, no excluía la posibilidad de un nuevo Bernabéu, cosa que los nuevos estatutos eliminan de cuajo. Nadie que no pueda invertir en marketing electoral, asumir un enorme riesgo personal o, por otro lado, hipotecarse a intereses de oscuros financiadores, podrá ser presidente.

La democratización del club lo abre a la prensa, a un ciclo electoral, lo somete a crisis periódicas, a una inestabilidad crónica. Si en otros clubes los ciclos los marcan los futbolistas, en el Madrid cada vez más es cosa de arreones presidencialistas. La planificación deportiva parte, no de un impulso gerencial, sino presidencial. Hay amateurismo y luego algo que para mí es peor: la pérdida de ciertos viejos valores. La pérdida de un carácter.



La SA tiene un fuerte componente teleológico, un propósito marcado de contribuir a la realización del beneficio, de la ganancia. Las sociedades como el Madrid tienen objetos más difusos, más vagos, de corte un poco filantrópico, y se centran en la propia pervivencia de la sociedad, en la propia cosa común, en un acervo. Los socios capitalistas aportan, los otros disfrutan. Hay en ellos propiedad pero también son clientes que disfrutan de un espectáculo. Hay algo poco agresivo, conservador, difuso. Los propios estatutos del club definen su objeto como "el fomento y la práctica de los deportes". Pero hay otra cosa. Una organización no lucrativa de miles y miles de personas, con una fidelización que alcanza, como mínimo, a medio millón de individuos,d es una comunidad, una organización, una civis, una polis, que tiene por elemento relacional no el ánimo de lucro, sino el madridismo. Eso que los aficionados definimos como un sentimiento. Lo que relaciona a los miembros de esta comunidad, lo que por tanto hace el papel de la ética en esta comunidad, es el madridismo. Algo que nunca ha sido identitario como en el Barcelona, ni territorial, sino un conjunto de valores, algo en lo que Florentino incidía obsesivamente. Y el madridismo, creo yo, es lo que precisamente anda en crisis. El madridismo es incuestionable si lo entendemos como la mera filiación a unos colores; pero el madridismo era más, era también el señorío, la distinción, la vieja hidalguía, la caballerosidad, una determinada manera de ser. Uno entra en la web, uno ve los mensajes del club y encuentra cosas muy loables, pero nuevas: el ecologismo, la transparencia, la solidaridad, la democracia –y no olvidemos la exaltación totalmente novedosa del fútbol espectáculo, cuando antes sólo habia victoria, lucha, respeto y si acaso cierta piedad por el rival-. Bien, muy bien, pero no era eso. El madridismo como forma de ser era algo que se transmitía, como un tipo humano, social. Creo que ese madridismo vive, pero como una reliquia o, mejor, como una especie en vías de extinción. Calderón y su junta son lo contrario. Es la triste evolución que supone pasar de un proceso de sucesión que decide Saporta a otro que determinan Nanín y el señor de Legálitas.

La cúpula directiva del club ha perdido el contacto con la tradición y eso contribuye tambien a perversiones como el raulismo, de la que no diré mucho más. Un jugador ganando para sí el carácter vitalicio que sólo tuvo antes Bernabéu. Tiene Raúl más legitimidad que el propio presidente, es más reconocible; institución dentro de la propia institución. En definitiva creo que, llegados a este punto, el Madrid debería tomar una de estas dos vías: la SAD o la premoderna, la del antiguo régimen, la de la aristocracia. Ahora, con la traición de Calderón que la reforma estatutaria va a consagrar, el Madrid se hace absolutamente democrático: un festín para medios de comunicación y demagogos. Totalmente visible y permeable, frente a la vieja trasmisión del poder. Un club abierto cada cuatro años, a lo que hay que añadir una moción de censura que prácticamente garantiza la existencia de una oposición, al estilo del elefant blau. O sea, el horror.

Por no ser totalmente pesismista, diré que hay dos cosas de los nuevos estatutos que prometen ser interesantes: la mención de las auditorías y la introducción de la marca Realmadrid. Los estatutos recogen ese otro Madrid que es la marca comercial. Un Madrid virtual, con su propio valor estimable, más allá de los títulos, y que no es otra cosa, no lo olvidemos, que la valoración económica de la tradición, de la tradición que incorpora el club tras un siglo de andanzas. Es como si el club se volviese a definir, pasado un siglo, y ya pudiese incorporar en su carta estatutaria su leyenda, su siglo XX entero. La tradición que ahora se abandona, la epopeya del héroe que descansa en Almansa –una elegancia quizás ya definitivamente perdida- queda al menos incorporada en esa marca.

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