Tuesday 22 April 2008

Búlgaros

Por Hughes

A petición del autor, este texto no lleva fotos.

Como uno de los pocos liberales puros que habitan España, distinto de la caterva derechizante aborigen, me he quedado huérfano: liberal sin partido, desde el sábado, cuando se hizo patente la raulización de Rajoy, al que sólo le faltó sacar los pulgares. El ensoberbecimiento, mal de altura, estaba claro en Felipe o en Aznar, y fue parecida, similar, la megalomanía florentiniana. El ensoberbecimiento de Rajoy es algo distinto. Es un titanismo pero de Poulidor, es no querer bajarse del machito, pedir a gritos una última mano cuando todo se ha perdido. El trastorno lamentable de quien habiendo tenido la Historia al alcance, semidesnuda, despatarrada, ve cómo se le escapa viva. Debe de ser como ver alejarse un tren que se quiso tomar, pero verlo un día tras otro, continuamente, sin descanso, alejándose sin terminar de irse. No debe de ser fácil, la verdad.

Raúl es nuestro soberbio favorito. La soberbia radical que acaba pervirtiendo, para sí, el carácter religioso del madridismo; religioso, entiéndase bien, en un sentido deportivo, por lo sacrificial de todo esfuerzo. Raúl se pone la tradición por montera y se coloca fuera de ella. La mitificación de Raúl es nuestro paganismo de última hora. Un paganismo dentro de una religión que ya tenía sus tablas, su Dios y sus profetas. Lo dijo el Buitre hace unos días. Aquí todo el mundo, desde don Alfredo hasta don Emilio, se sometió a la máquina histórica del Madrid, trituradora de carne primero, creadora de leyendas después. Todos menos Raúl, que siendo vitalicio es futbolista y mito, un poco incorpóreo ya, mitad futbolista, mitad leyenda. ¿Cómo enjuiciamos a Raúl? ¿Por su último partido, como se solía decir que juzgaba el fútbol cuando era cruel? ¿Por sus números de los últimos años? ¿Por su último casi-gol espectral? ¿Por lo que fue? ¿Por lo que ha sido? ¿Por lo que promete ser cuando se retire? No se discute un gol arriba o abajo, diría yo a los merluzos raulistas –raulistas lo hemos sido todos alguna vez-, lo que se discute es su absoluta insumisión a las reglas del fútbol y su pecado de vanidad. Vanidad de vanidades, todo es vanidad, se dice, aunque nadie sabe muy bien si lo dice el eclesiastés o lo dijo algún torero sevillano sentencioso. El caso es que es imposible, en esta España, dar dos pasos sin que la sombra monumental de algún ego nos hiele el alma. No ya particularismo, no, el egotismo más desesperado. En Raúl hay algo peor: esa mezcla de vanidad y ejemplaridad tan desagradable, de la que se quejaba Reyes hace unos días con su humanísimo y conmovedor "Rául también vive".

Me quiero despedir de las entradas del blog, si el socio me lo permite, antes de la mudanza definitiva, y quería poner negro sobre blanco, de forma un poco más solemne –vanidoso también, qué le vamos a hacer- una impresión sobre este Madrid de nuestras entretelas, tan parecido a veces a la España política. No repetiré la analogía tantas veces hecha, pero es innegable que algunas cosas tienen semejanzas: la reforma estatutaria, los personalismos o la importancia que han tomado los compromisarios, ese mecanismo democrático del que casi nadie sabe nada. Mencionaré también, solemne y quizás bobo, las disfuncionalidades democráticas. O directamente: la milonga de la democracia, esa cosa extranjera y casi desconocida, tan rara a nosotros como el fútbol. Una cosa que se proclama primero y se aprende después, "que se hace todos los días", como el amor en las novelas cursis –y no es de extrañar la cursilería feroz, repulsiva, de los primeros tiempos de la transición, con sus Victorias Pregos y sus claveles y luego sus gaviotas, gaviotas a las que apetece abatir de un cantazo gamberro-.

El fútbol español no ha sido democrático nunca. La constitución española, que tiene tanto de ideal como de sanción, prescribe un comportamiento democrático para cualquier organización. Ya vemos que los partidos lo son a ratos y de aquella manera. ¿Lo ha sido el fútbol? EL fútbol brevemente, durante un tiempo escaso, antes de que sobre la razón democrática se impusiese la mercantil, por fortuna. Antes funcionaba una especie de elección por aclamación entre los notables del puro. Las primeras leyes deportivas en la transición impusieron las democracias balompédicas, y si problemas tenemos para consolidarnos como democracia en los aspectos serios, no hablaremos de las dificultades en un ámbito como el de la pelota. Si no somos caballeros ingleses en el terreno de juego, a qué pedirnos tales refinamientos en la tribuna. El primer presidente democrático fue José Luis Núñez, en el Barcelona, que en estas cosas siempre ha tenido más nervio. Luego estuvo veinte años, le tuvieron que sacar los geo y hasta dejó sucesor. Nosotros, acostumbrados al paternalismo incuestionado de don Santiago -del que Luis de Carlos fue un Suárez menos guapo, digitalizado por Saporta, salido de su junta- nos hemos encontrado desde entonces con problemas serios para gobernarnos democráticamente; no para gobernarnos, no, ¡para simular tan siquiera un democratismo vagamente occidental! Hemos visto votar a los muertos, interrumpirse una votación con el inicio de un partido, dejar sacas por abrir en los sotanos del algún juzgado –siempre que pienso en ello pienso en hombres a los que tapan la boca, a los que sofocan el grito. Hasta que no se abran esas sacas no nos quedaremos tranquilos, porque en ese amordazamiento hay algo de tensión-; ha habido merodeos ultras por las carpas de Ussía y mercadeos de todo tipo.

Lo del Parque de Atracciones tenía cierta dignidad y un relumbrón familiar, dominical, pero la reciente nanificación electoral del madridismo fue tocar fondo. La democracia madridista convertida en un sórdido tráfico menor, una especie de trapicheo, de menudeo de nanines. Para arreglar esta cuestión y adecentarla un poco y para no ser menos, el club ha iniciado un proceso de reforma estatutaria. Creo que el trastorno del voto postal es lo de menos. El grave problema lo tiene el club con su funcionamiento y su manera de ser. Es una causa de deterioro grave el abrirse cada cuatro años a un proceso electoral y aún lo es más cuando eso suele acarrear comportamientos cuasipolíticos, demagógicos, irresponsables, que suelen acabar teniendo consecuencias presupuestarias. El problema es que no tenemos una organización gerencial, ejecutiva y permanente, que no nos guiamos por criterios de pura gestión, sino por una forma matizada de la demagogia. No tenemos la seriedad de la SAD, pero tampoco podemos aspirar a un funcionamiento democrático. Estamos en una incómoda tierra de nadie. Entre la sociedad mercantil y la democracia aberrante. Hay por ahí un proyecto de moción de censura, que quiere resolverlo, pero que es visto con temor en cuanto uno imagina la portada del Marca sugiriendo esa posibilidad. No es absoluta la profesionalización, sobre todo en lo deportivo. Abunda el nepotismo, el recurso electoral a los exfutbolistas, la mamandurria y los trienios delbosquistas. Florentino profesionalizó el Madrid, pero se olvidó del fútbol, y en el aficionado aún tiene prestigio la casta de los ex porque con ellos tiene una disculpa para su chovinismo y a veces hasta para su xenofobia.

La directiva del Madrid no tiene la capacidad profesional para gestionar una empresa de esta magnitud. Es una directiva amateur, por mucho nudo que le pongan a la corbata. Su gestión escapa del control democrático y de la razón mercantil. ¿Qué somos pues? Raro híbrido: la organización de un club filatélico, con la fidelización y relevancia mediática de un psuedoestado y la proyección de marca de un refresco. ¿Polis o empresa? ¿Qué nos interesa? ¿Que gobierne el pueblo o que entre el balón? ¿Hay algún tipo de relación entre una cosa y otra? En la historia del fútbol español gozan de prestigio las hegemonías: Bernabéu, Casanova, Calderón –tan sólidos que casi todos acabaron siendo cemento y hormigón-, Núñez, Ezcurra, Lopera... cierto caudillismo estable y consuetudinario. ¿Le vienen bien a esta entidad el ciclo electoral, superpuesto al ciclo natural de las bonanzas futboleras? A mí siempre me ha llamado la atención que los diarios, que la prensa en su conjunto, nunca apuesten por nadie en las elecciones madridistas. Grupos mediáticos que se posicionan sobre quiénes han de dirigir el Gobierno, la oposición, las empresas que fueron públicas, copar el CGPJ o incluso la RFEF, afectan cuando llega el Madrid una especie de neutralidad indiferente que a mí me irrita, porque jamás es del todo neutral y porque deja un poco solos a los socios.

Es una situación que no puede durar mucho. A la larga deberíamos acabar siendo una SA; a medio plazo, quizás, refinando el funcionamiento democrático en el club, de forma que todo sea más claro y haya, si no oposición, si al menos cierta fiscalización de la gestión. Por encima del aficionado está el socio, y sobre el socio el compromisario, y controlando la asamblea se controlan los destinos del club. Está también el peñista, que puede ser cualquiera de las tres cosas anteriores o incluso, en caso de ser un peñista trinitario, las tres a la vez. El peñista, de gran importancia y de mucha reputación, no sé qué función tiene. Parece que es una especie de embajador pedáneo del club. El peñista, me parece a mí, es un compromisario con barriga. Al socio se le reparten las cuentas y al peñista se le invita a langostinos. Es como un grupo de presión dentro del club. "La peña de Villacascajo del Tembleque dice...", escribe Roncero, y parece que está hablando el madridismo fetén, la entraña misma del madridismo. En fin, a la caza del compromisario parece que estamos. Tras la seducción mitinera del votante, la más oscura del compromisario. Si cuando hay luz y taquígrafos hay Nanines y Kakás, ¡qué no habrá cuando se le coma la oreja a un compromisario! Yo, aficionado raso, tiemblo y rezo porque don Santiago, allá en lo alto, ilumine el buen juicio de los socios con derecho a voto cada cuatro años, pero ya no puedo encomendarme para que guíe a los compromisarios porque ni él puede saber quiénes son, ni a qué intereses acabarán respondiendo. La depuración del florentinismo parece que tiene que llegar a lo que quede de él en la asamblea, y uno sospecha que si es así debe de ser porque no se esté tramando nada bueno. Parece que se va, como en otros ámbitos, hacia la construcción de una Asamblea a la búlgara, para mayor-gloria-de.

El club se lo están repartiendo a pares Calderón y Raúl. Entre ellos y la labor de masajeo neuronal del periodismo no me atrevería yo a decir que el Madrid sea de sus socios con total rotundidad. Lo es formalmente, claro. Florentino se preocupó de garantizar eso, pero tan alto voló, tan grande fue el delirio que todos nos acabamos despistando y el tortazo fue fenomenal. Ahora uno es vitalicio, el otro sueña con el crack que le permita adelantar las elecciones y los de siempre pueden seguir poniendo a cualquiera en la frontera por un pivote más o menos.

Lo dicho. Como el blog va a profesionalizarse un poquito y la entrada quizás no vuelva a ser enteramente una tribuna abierta -¿o quizás sí?- me quería despedir de este pequeño púlpito. Aprovecho, ya de paso, para pedir la dimisión de Ramón Calderón, regalarme este brindis al sol y quedarme tan ancho.

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